El alumno es entendido como un sujeto activo procesador de información, quien posee una
serie de esquemas, planes y estrategias para aprender a solucionar problemas, los cuales a
su vez deben ser desarrollados. Siempre en cualquier contexto escolar, por más restrictivo
que este sea, existe un cierto nivel de actividad cognitiva, por lo cual se considera que el
alumno nunca es un ente pasivo a merced de las contingencias ambientales o instruccionales.
Desde el punto de vista cognitivo, esta actividad inherente debe ser desarrollada para lograr
un procesamiento más efectivo.
De acuerdo con esta postura, se considera que los arreglos instruccionales son una condición
necesaria pero no suficiente para que el alumno aprenda lo que nosotros queremos
enseñarle. Dentro del diseño instruccional, los cognitivos se preocupan más por el contenido
que por la forma. Esto es, no realizan especificaciones detalladas de numerosos objetivos
especiales, ni análisis de tareas complejas, sino que en principio parten de lo que los alumnos
ya saben (su conocimiento previo, su nivel de desarrollo cognitivo) y luego programan
experiencias sobre hechos sustanciales, interesadas en promover el aprendizaje significativo
de los alumnos (por recepción y por descubrimiento), así como para potenciar, inducir y
entrenar habilidades cognitivas y metacognitivas.
Por tanto, es en la capacidad cognitiva del alumno donde está el origen y finalidad de la
situación instruccional y educativa; por lo cual es necesario, darle oportunidad para
desempeñarse en forma activa (abierta o cubierta) ante el conocimiento y habilidades que
queremos enseñarle.
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